Arsomnia

Érase una vez, un grupo de amigos que decidieron ir a la playa. No fue, tan vez, la decisión más inteligente del mundo, considerando que había empezado a beber apenas se ocultó el sol, y seguían bebiendo en ese momento, cuando ya estaba a punto de amanecer. La aurora de rosados dedos aparecía ya en el horizonte, pero aún así los jóvenes siguieron con su idea.

Ellos nunca sospecharon que no volverían a ser los mismos después de ese día...

Prepararon sus bolsos, entre la alegría del alcohol y la anticipación de las aventuras que tendrían. ¡Ir a la playa! Acampar, disfrutar el sol, contar historias con la música única de las olas y la brisa del mar. Caminaron por horas, soportando el calor y el peso de su equipaje, como los guerreros de antaño, sin una queja, sin un disgusto.



Llegaron finalmente a su destino, y se desplomaron, cansados, pero felices por haberlo logrado. La playa elegida (que no nombraré aquí, ya que es mejor que su nombre quede sepultado bajo una capa de misericordioso olvido) resultó ser, inicialmente, un buen lugar. Despejado, abrigado del viento, y sin gente...

Sin gente... este detalle debió haberles resultado extraño, pero no fue así. Y es que su destino ya estaba marcado. Esta fue la primera señal.


Se durmieron dentro de la carpa, pero dos de ellos decidieron dormir afuera. Las jóvenes se recostaron en la arena y durmieron tranquilas, sin usar sus amuletos ni sus protecciones, con la inocencia de los ignorantes, sin saber el horror que sobre ellas caería, la ira de antiguos dioses.

Ese sueño aletargador e invencible fue la segunda señal.


Más tarde, cuando ya todos habían despertado, decidieron lanzarse al mar, a mojarse y reírse de las olas que rompían cerca. Reían, reían, con la risa de los niños que no saben de dolores ni miedos. No notaron cómo decenas, cientos de cangrejos, se acercaban hacia ellos. No notaron cómo hacían sonar sus tenazas, ni los complicados bailes y rituales que ejecutaban en sus ciudades submarinas, alabando a su monstruoso dios, que les había enviado un mensaje...

Esa profusión de cangrejos fue la tercera señal. Pero fue la noche la que trajo el horror que cayó del cielo.



Cuando ya se retiraban hacia su campamento, los jóvenes empezaron a sentirse extraños, como si sus extremidades ya no les respondieran. Se miraron, atónitos, y comenzaron a sentir un dolor creciente, un dolor que subía por sus pies, se agarraba en sus piernas, espaldas, cuello y cara. Cayeron, uno a uno, a la arena, y mientras se retorcían, sus propios gritos desgarradores rompieron la noche y la cordura de los muchachos para siempre...

¡EL SOL! ¡EL HORRIBLE SOL DE FUEGO! ¡MIS HORRIBLES PIES DE LOBSTER!
¡¡AAARRGHHH!!!
¡¡AAARRGHHH!!!
.....

Dejaremos hasta aquí el relato. Sólo diremos que, hasta el día de hoy, se escuchan lamentos y llantos, y el click-click de las tenazas de los muchachos, que, ya transformados en cangrejos y camarones, participan de los horribles rituales de los dioses-crustáceos. Se dice también que, cuando un leve rastro de conciencia emerge en ellos, salen a la playa a caminar de lado y a lamentar su humanidad perdida, perdida ya para siempre...


---------------------------------------------------------

Post data: Si se van a exponer al sol, usen bloqueador solar factor 40-45, lo más efectivo contra las quemaduras. ¿¿Entendieron??